No hay derecho a tener que soportar cómo nos asesinan.
Cómo agotan nuestras vidas un día tras otro, cómo nos cargan
de insultos y de golpes.
No hay derecho a tener que soportar los restos de saliva
goteando en nuestra frente.
Nuestros hijos, alimentados en nuestros vientres, huérfanos, solos.
Y sus madres muertas.
Lo que queda del naufragio, de las contusiones, de
los gritos.
Cómo nos humillan mientras mantienen nuestras muñecas
silenciadas con grilletes.
Un día. Y otro más.
Con sus repugnantes y patéticos cerebros de asesinos esparcidos por la
habitación.
Mientras, ellas, nosotras, muertas.
Gritos en la noche. Luego, el silencio.
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