La falta de libertad para decir lo que uno piensa convierte en veneno las palabras. La prisión tiene forma de fantasma, con sus cadenas y sus ojos huecos, y huele un poco a rancio, de todo lo que uno calla y no puede escupir.
La moderación y los matices a veces esconden todo lo contrario a la tibieza, y sólo se alivia cuando al otro lado de la línea esucha una voz tan parecida a la propia. Que no juzga y que no miente. Que únicamente permite que los disfraces de las propias palabras no tengan sentido.
Cuando falla la libertad, propia o impuesta o irreal, quedan los gritos en voz baja, siempre al oído de alguien que sabe entender. Tú ya sabes.
O escribir entre líneas, eso también.
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