Sabes esos rincones de uno mismo que siempre tienen la
llave echada y las persianas siempre abajo. Esos espacios de un metro cuadrado
en los que vamos acumulando, uno sobre otro, rostros de uno mismo para no
encontrarlos a cada paso. Allí duermen, sin reloj ni sueño, las partes de
nosotros que no queremos iluminar. Los yoes
que hemos decidido ahogar, silenciar, quitar de en medio.
Puedo
decirte que no me sueltes, que sin ti ya no quiero respirar. Puedo querer que
sepas que no reconozco mis dedos cuando no pueden tocarte. O que sólo voy a ser
capaz de entender el mundo si es colgado de tu mano.
Quizá
necesito que entiendas que tu existencia es el único antídoto para el vértigo (…)
Pero nada de esto voy a decirte.
Mejor así, oculto, protegido, cobarde.
Menos mal que existen. Las máscaras.
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