La lista de cosas por hacer (y en ejecución) es tan grande
que ya no me cabe en el bolsillo. La llevo colgada del cuello, arrastrando
desde mi espalda al suelo. Eso me da un ligero aire a heroína de cómic, una
SuperGirl treintañera que ya ni se pone demasiado tacón ni faldas muy cortas.
Por eso apenas tengo tiempo de sentarme a escribir, taza de
café en mano, y contar, por ejemplo, que siento este mes con nombre de
emperador como una losa sobre mi cabeza. No recordaba lo largos que pueden ser
treinta y un días. Más aún cuando los termómetros de la carretera te alertan a
cada paso, cuidado, peligro, esta ciudad
está a punto de explotar. Busque refugio.
Yo tengo algunos. Escondites secretos plagados de trampas. Tienen
nombres de personas y yo, cariñosamente, les llamo sólo por su inicial: está V,
P, E, A, J, G…así me resulta más rápido buscarlos en el smartphone cuando
tiemblo y me asusto.
Mis escondites saben
que lo son.
Y por eso guardan en la nevera mojitos con hielo, cervezas, cariños,
escuchas, subidasdeanimo, mensajes, claroquetentiendo,
yopiensolomismo y tengoganasdeverte.
Y gintonics, camarero, un par de ellos.
Gracias a mis refugios, el mundo tiene sentido. Todo lo
contrario a lo que uno siente cuando se encuentra solo y aburrido perdido en la
tormenta.
Nota mental: replantearse las estrategias a
cada paso es una forma de mejorar el camino.
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