lunes, 29 de abril de 2013

Que sean ellos...

Ella ya ha superado la treintena, de sobra. Y lleva varios años acariciando su vientre a ver si cualquier día alberga vida. Se queja de que su pareja de largo tiempo no está por la labor de lanzarse a la aventura de biberones y pañales, y así va pasando el tiempo, infatigable. Un día descubre que el calendario se le echa encima y pone sobre la mesa su futuro. No hay pasaporte para la paternidad y el punto final hace acto de presencia. Una mudanza, muchas lágrimas, un vida desde cero, meses y meses que cuelgan como piedras en los bolsillos. Al final, un nuevo comienzo. Amor, encuentros y deseos compartidos. Otra vez la caricia en el vientre, el pasaporte en vigor y el mundo de frente. Una mañana todo se tiñe de rosa. Da positivo el futuro y sus ganas. Por fin el momento de ofrecer una vida nueva al mundo, de cumplir un deseo, de amar así, tan diferente. No tiene suficiente cuerpo para albergar tanta alegría ni de repente tanta fuerza como para querer seguir viviendo. Todo el amor del mundo concentrado en su vientre no podrá moverse, ni jugar, ni hablar.
Ella, rota y descompuesta en millones de lágrimas, decide no darle una vida injusta. Decide romperse, destruirse, antes de obligarse a firmar una condena eterna.

Y ahora, que vengan ellos, con sotanas, alzacuellos o carteras ministeriales a decirle una sola palabra. Que vengan ellos a colarse en su útero, en su sangre, en su corazón, en su pena.
Que sean ellos, los que tengan la desvergüenza de opinar.

jueves, 25 de abril de 2013

Y de repente, vulnerable.

Y un día, eres vulnerable.

No es que antes no lo fueras, potencialmente. Es que hoy tu vulnerabilidad se coloca a la altura de tus narices y salpicándote con su saliva te susurra: ya sabes que puede pasarte a ti también. 
Sin colorantes ni conservantes, sin edulcorar. Eres vulnerable y ya lo sabes. Lo sabes, pero bien. No lo intuyes, lo presientes o lo supones. Lo sabes y punto. Tan real como que si te pellizcan el brazo, molesta.

No hace falta que haya ningún acontecimiento trascendente, ningún punto de inflexión épico, ningún telonero con platillos y trompetas. Basta una arruga que cuenta que el tiempo ha pasado, una  mañana de resaca incurable, un señor o señora en la cola del autobús, que hace ya diez años de aquello, veinte o quince. 

El tiempo suma a la evidencia de tu vulnerabilidad. Y la certeza de que a los que son como tú también les ocurren cosas malas. Ser consciente de que ha dejado de protegerte la burbuja de la inmunidad, de que ya no hay reserva de vacunas infalibles. Eres como todo el mundo. Sin más. 

Ahora hay que poner más atención al barro que pisas, que ensucia.


Nota mental: hoy la vulnerabilidad convive con la tragedia de más de seis millones de personas que no tienen un sueldo a final de mes. Ni empleo, ni futuro, ni luz, ni calefacción. Ni comida.

jueves, 4 de abril de 2013

Otras vidas

Me pregunto si existe la posibilidad de escapar del cuento.

Cualquier día, sin aviso, preaviso ni hora determinada, se me agarran al cuello las ganas de huir. Dejo el vestido azul claro, los zapatos de cristal y la sonrisa, arrugados en el suelo. Lleno la mochila de ropa cómoda y zapatillas con cordones, un impermeable, la cámara de fotos, lápiz y papel. Subo a cualquier medio de transporte, real o imaginario, aprieto las pestañas desmaquilladas, y sólo vuelvo al mundo cuando todo se ha hecho tan pequeñito como hormigas. Todo atrás. No más calabazas, carrozas incómodas, ratoncitos, coser, cantar o mirarse al espejo. Ya no soy yo. Ya no hay varitas ni madrinas.

Quién no ha querido alguna vez escapar del cuento. Ser otro, otra, o nadie. Dar la vuelta a la vida como a  un calcetín usado, rehacer decisiones, escoger otros caminos, no subir a ese tren y continuar andando. Quién no ha pensado alguna vez cómo sería todo si en vez de respirar como princesa, durmieras como bruja. 

Aprendería a recitar conjuros, a cocinar pócimas, envenenaría manzanas y volaría en mi escoba. Haría ruido como mi risa escandalosa y guardaría en mi armario el sombrero puntiagudo.

Vivir otras vidas. Perderme en otros mapas. Equivocarme de nuevo.

Nota mental: Escondida tras la letra E, del Érase una vez del comienzo de mi cuento, veo a gente sin casa, sin trabajo, sin ganas y sin esperanza. Veo el país de las maravillas convertido en tristeza. 

Pero oigo también una melodía, a lo lejos, la voluntad y el futuro de los que aún tenemos ganas de escribir la historia sin comer perdices.