jueves, 25 de abril de 2013

Y de repente, vulnerable.

Y un día, eres vulnerable.

No es que antes no lo fueras, potencialmente. Es que hoy tu vulnerabilidad se coloca a la altura de tus narices y salpicándote con su saliva te susurra: ya sabes que puede pasarte a ti también. 
Sin colorantes ni conservantes, sin edulcorar. Eres vulnerable y ya lo sabes. Lo sabes, pero bien. No lo intuyes, lo presientes o lo supones. Lo sabes y punto. Tan real como que si te pellizcan el brazo, molesta.

No hace falta que haya ningún acontecimiento trascendente, ningún punto de inflexión épico, ningún telonero con platillos y trompetas. Basta una arruga que cuenta que el tiempo ha pasado, una  mañana de resaca incurable, un señor o señora en la cola del autobús, que hace ya diez años de aquello, veinte o quince. 

El tiempo suma a la evidencia de tu vulnerabilidad. Y la certeza de que a los que son como tú también les ocurren cosas malas. Ser consciente de que ha dejado de protegerte la burbuja de la inmunidad, de que ya no hay reserva de vacunas infalibles. Eres como todo el mundo. Sin más. 

Ahora hay que poner más atención al barro que pisas, que ensucia.


Nota mental: hoy la vulnerabilidad convive con la tragedia de más de seis millones de personas que no tienen un sueldo a final de mes. Ni empleo, ni futuro, ni luz, ni calefacción. Ni comida.

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