lunes, 29 de abril de 2013

Que sean ellos...

Ella ya ha superado la treintena, de sobra. Y lleva varios años acariciando su vientre a ver si cualquier día alberga vida. Se queja de que su pareja de largo tiempo no está por la labor de lanzarse a la aventura de biberones y pañales, y así va pasando el tiempo, infatigable. Un día descubre que el calendario se le echa encima y pone sobre la mesa su futuro. No hay pasaporte para la paternidad y el punto final hace acto de presencia. Una mudanza, muchas lágrimas, un vida desde cero, meses y meses que cuelgan como piedras en los bolsillos. Al final, un nuevo comienzo. Amor, encuentros y deseos compartidos. Otra vez la caricia en el vientre, el pasaporte en vigor y el mundo de frente. Una mañana todo se tiñe de rosa. Da positivo el futuro y sus ganas. Por fin el momento de ofrecer una vida nueva al mundo, de cumplir un deseo, de amar así, tan diferente. No tiene suficiente cuerpo para albergar tanta alegría ni de repente tanta fuerza como para querer seguir viviendo. Todo el amor del mundo concentrado en su vientre no podrá moverse, ni jugar, ni hablar.
Ella, rota y descompuesta en millones de lágrimas, decide no darle una vida injusta. Decide romperse, destruirse, antes de obligarse a firmar una condena eterna.

Y ahora, que vengan ellos, con sotanas, alzacuellos o carteras ministeriales a decirle una sola palabra. Que vengan ellos a colarse en su útero, en su sangre, en su corazón, en su pena.
Que sean ellos, los que tengan la desvergüenza de opinar.

2 comentarios:

  1. Que sean ellos, los que tengan la desvergüenza de legislar, sólo por la opinión de esos otros ellos, sin preguntarles a ellas.

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  2. El caso es que vienen. ¡No les dejemos!

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