Me hice periodista para no madrugar. Para escuchar con los
oídos de los demás. Quería que cada día fuera diferente del anterior y nunca la
víspera de otro igual. Conocer muchos lenguajes y escribir siempre con punto y
seguido. Convertir las palabras en energía renovable. Sentir a golpe de
pequeñas historias. Dar papeles protagonistas donde otros solo ven figurantes. Lograr
que alguien se reconozca en una frase. Extraer esencias y compartirlas. Hablar
solo para que otros hablen. Denunciar para transformar. Y escuchar para que
todos aprendamos a hacerlo mejor.
Hay cosas que solo suceden al contarlas. Y para eso estamos.
Tenemos la responsabilidad de impedir el
silencio donde se esconde la impunidad y poseemos el privilegio de descubrir a
los demás una buena historia.
No existe la objetividad pero sí la honestidad y de eso
estamos faltitos. Por eso hoy, el día de la libertad de prensa, es un buen
momento para la reflexión y la autocrítica, para luchar contra el merecido
desprestigio que nos ganamos a pulso con cada mentira. Sí, mentiras. Es
increíble que tergiversar y manipular se hayan convertido en un eufemismo.
Nuestra libertad es la de todos y la estamos perdiendo a
chorros.
Así nos va.
Nota de cierre: vuelvo a vivir de noche, aunque traigo luz
para rato. Avisados estáis.
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