martes, 3 de septiembre de 2013

Idiomas



Le gusta la forma de sus manos. Y su textura. Sabe que puede perder sus delgados dedos entre los de él y que todo encaje. Lo sabe antes de hacerlo, le basta mirar cómo sus manos se mueven mientras habla. Cómo apuntan hacia la mesa antes de alcanzar la botella y servir más vino en las copas, cómo se abren y cierran guiadas por la intensidad de su conversación.  Las manos dicen tantas cosas como la boca, o quizá más. Los ojos también, pero tienen menos pudor. Pero las manos. Con sus dedos y sus muñecas y sus antebrazos. Ellas callan más de lo que saben.

Hay manos torpes, frías, ásperas. Manos delgadas y cargadas de huesos. Manos ligeras y otras sin tacto. Pero sus manos. Las suyas tienen el color justo para besarlas. La calidez en equilibrio con la dureza. La forma justa para agarrar un cintura y no soltarla, le fuerza necesaria para sostener una nuca camino de un mordisco en el labio. Sus manos abren caminos y cierran puertas. Hablan idiomas, bajan cremalleras y suben faldas. Sus manos son la entrada a cualquier sitio donde hace calor. Y frío.

(...) Mira sus manos mientras él saluda cordial, como si nada. Cuando ya han regresado a ser lo que son a veces.

Y entonces son los ojos, los que nada se callan, los que hablan en voz alta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario