miércoles, 11 de septiembre de 2013

La madurez entra sin llamar (capítulo uno)




Una sabe que la madurez ha entrado cuando, entre otras evidencias,  haces las cosas porque te da la gana. Porque sí. Fin de las listas de pros y contras. Esto lo hago porque quiero, porque ya sé andar igual de bien con zapatos planos que con tacones y porque no salgo a la calle sin un poco de anti ojeras.

El día en el que al otro lado del mostrador alguien te dice: ah, sí, usted (eh) ya necesita una crema antiarrugas, que cumplidos los treinta (y pico) la piel ya lo va notando (¿?), ésta es perfecta, anti brillos, anti arrugas, anti flacidez… Ese día, con esa crema y cien más, llegas a casa, o apuras en el maldito espejo del coche –que todo lo ve- y descubres que sí, que la tipa que vive detrás del mostrador tiene razón, que ella te ha visto lo que tú no has sido capaz de ver hasta ahora, que tienes surcos justo al lado de los ojos,  que tienes brillos, que las patas de gallo han llegado a tu vida, y lo hacen para quedarse. Que te han llamado de usted y eso es muchísimo peor que cualquier arruga y cualquier pata de gallo del mundo, por muy ariscas que éstas sean.

Y de repente pero no por casualidad, plinnn! Empoderamiento del tirón. Una se levanta una mañana de la cama conectada, valiente, madura. Con sus arrugas y su semi flaccidez diciendo buenos días, y con el café del desayuno endulzado con algo más de calma.

Con los mismos problemas  pero con modificación de perspectiva.
Con las mismas carencias, defectos, virtudes, ansiedades. Pero diferente.

Así que Usted, que no piensa dejar su bipolaridad afectiva, ni va a dejar de apretar barriga para cerrar botones, ni de calzar deportivas de colores, ni de sentirse diminuta y no por ello menos grande. Usted, que piensa seguir siendo felizmente inmadura, ahora ya ni pide permiso ni pide perdón. Y eso compensa todas las arrugas, toda la flaccidez y todas las ojeras del mundo.

Nota mental: mis amigas de cuarenta se pintan los labios de rojo pasión, practican el alisado japonés, el reiki y las fiestas de pijamas. Y encima, están conectadas. Y empoderadas.

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