miércoles, 27 de junio de 2012

El polvo de hadas

Si existe un acontecimiento al que irremediablemente unes tu destino nada más salir del paritorio es la fiesta escolar de fin de curso. Puedes saltarte las reuniones de padres y madres, alguna excursión, los villancicos navideños...pero jamás de los jamases estará una autorizada a escaquearse del momento fin de curso. Una fuerza más intensa que la centrífuga te conduce a grabar y a gastar la memoria USB de la cámara mientras la prole bailotea para deleite de todos. No importa si no llevan el ritmo, si ni siqiuera se mueven o si lloran desconsolados nada más aterrizar en el escenario. Los padres y madres, orgullosísimos, saludamos mano en alto mientras caen litros de baba al suelo.
Ayer, yo misma estaba pensando al ver a mi hijo mover la cintura al ritmo del ai se eu te pego que no había otro ni más guapo, ni más listo ni con más salero. Eso también va implícito en el carné de madre, la ceguera filial.

Pero he de decir, sin temor a equivocarme, que lo más interesante de la fiesta de ayer no fueron las monerías de los infantes, de ninguna manera. Ayer la guinda la puso Campanilla
Todo el ambiente de júbilo procreador se vió impregnado de polvo de hadas. Literalmente.

Apareció ella, bañada en purpurina, con una talla 120 sobresaliendo del escote, con un vestido que más que disfrazar, disimulaba, y se ganó el fervor de todos los padres allí presentes. 
Nunca los he visto tan encantados con una fiesta infantil. Parecía que eran ellos quienes estaban celebrando su final de etapa. Ninguno se quejó del calor, ni de los niños correteando alrededor, ni de las tres horas allí plantados ni de la guerra de globos de agua.
Es lo que tiene una Campanilla revoltosa, que obliga a los peterpanes a no dejar de ser niños.

Nota mental: mi perfil feminazi no me impide afirmar que, verdaderamente, dentro del escote del hada cabían todos los niños perdidos, el capitán Garfio y hasta el Big Ben.

 


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