jueves, 24 de mayo de 2012

Luchas y pasiones

Jóvenes sobradamente cabreados: cuántos jovenes, medio jóvenes y medio maduros o maduros enteros estamos hartos. De no tener horizonte, de no encontrar monedas en el bolsillo, de tener que asumir puestos mediocres con suelos mediocres y evitar compromisos porque no hay con qué llegar a fin de mes. No salir de la casa familiar porque si se paga el alquiler ya no se compra comida, si se compra comida no hay para luz y si se paga todo ya no se puede salir de casa porque no hay para el billete de metro. No es fácil pisar la treintena, superarla, y ver cómo todo sigue igual. No hay trabajo fijo, ni discontinuo, no hay pagas, no hay esperanza ni ganas. Sólo un título y otro, colgados en la pared de la sala de estar de tu madre.

Los estudiantes y los profesores salen a la calle. Dicen alto y claro que sin educación no hay futuro, que si todo ya es gris, sin calidad en la enseñanza, será definitivamente negro. Ellos luchan por sus empleos, por su dignidad, por la de nuestros hijos e hijas...y yo les presto mi voz para que griten muy alto. Dónde nos vamos a esconder, quién coño ha tapado la salida.

Pasiones: renunciar a vivir apasionadamente es una suerte de suicidio cotidiano.

Problemas de geografía personal
Nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,
con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.
Nunca se despedirme de ti, porque no soy
el viajero que cruza por la gente,
el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches, en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.
Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel
de tu mano y tus labios cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras
que no saben pronunciar.
Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.
En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.

Luis García Montero

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